En diciembre de 2017, la británica Laura Plummer fue encarcelada tres años por llevar 300 tabletas del analgésico Tramadol a Egipto. Si bien la sentencia sorprendió a muchos en Reino Unido, el caso develó un problema de adicción a estos medicamentos que ha afectado a millones de egipcios.
«Cuando tenía 15 años, estábamos jugando PlayStation en una sala de videojuegos y alguien me insultó. Tomé un taco de billar y se lo rompí por la cabeza. Lanzaba insultos a todo el mundo. Incluso rompí las ventanas».
Abdul Hameed, ahora de 24 años, recuerda el momento en que se dio cuenta de que su adicción a las drogas se había descontrolado.
Dos años antes, cuando tenía 13 años, había probado por primera vez Tramadol, un analgésico basado en opiáceos.
Al igual que muchos jóvenes egipcios, comenzó tomando un cuarto de una tableta de 100 mg para drogarse.
«Me sentía como un superhéroe», dice. «Podría hacer cualquier cosa».
Para cuando se volvió loco en aquella sala de videojuegos, Abdul Hameed estaba tomando 57 analgésicos por día, con una mezcla de Tramadol y otras tabletas que tienen como base común los opioides.
Sufrió sobredosis y casi murió varias veces desde entonces.
«La triste verdad»
Según el Fondo Egipcio para el Control de Drogas y Tratamiento de Adicciones, casi uno de cada tres egipcios, es decir alrededor de 30 millones de personas, son adictos a los analgésicos.
El Tramadol es la droga predilecta. Apareció por primera vez en el mercado del país árabe hace 20 años.
Al ser más barato que la heroína y de fácil acceso, rápidamente se hizo popular entre los adictos y luego se extendió a la población en general como una forma de lidiar no solo con el dolor físico, sino también con el estrés de la vida cotidiana.
El Tramadol se ha arraigado tanto en Egipto que las líneas de ayuda para adicciones dicen que reciben hasta 500 llamadas por día de personas desesperadas que buscan tratamiento.
El centro de rehabilitación de drogas en el Hospital Psiquiátrico Abbasiya, en El Cairo, dijo en entrevista a la BBC que más de la mitad de sus pacientes tienen entre 21 y 30 años.
Según las estadísticas oficiales, el 70% de los adictos al Tramadol en Egipto son hombres, pero también hay un número creciente de mujeres.
La joven madre Ahlam comenzó a tomar Tramadol para lidiar con el trabajo pesado de las labores domésticas y el cuidado de los niños.
Al igual que Abdul Hameed comenzó con una cuarta parte de una tableta de 100 mg pero rápidamente aumentó la dosis a cuatro tabletas por día.
Ahora, incluso si aumenta la dosis, la droga ya no tiene el mismo efecto: «Solía disfrutar el aumento de energía… Pero ahora el empujón ya no está allí».
El precio de la adicción de Ahlam es fácil de ver: está pálida y delgada, fuma cigarrillos a montones y su aspecto físico no coincide con su edad, 28 años, sino con el de alguien mucho mayor.
Su familia también está sufriendo.
«Mi esposo me dio dinero para comprar pollo. Fingí que había comprado algo y los niños se lo habían comido todo, pero por supuesto no era cierto. Usé el dinero para comprar Tramadol y les di de comer pasta barata. Esta es la triste verdad», confiesa.
Ahlam ha vendido cosas de la casa familiar para alimentar su adicción a las drogas, y en un momento particularmente sombrío incluso le ofreció a un vecino, también un adicto, tener sexo a cambio de algunas píldoras. Pero él se negó.
En el mostrador
Una de las razones por las que el Tramadol se ha vuelto tan popular en Egipto es que es muy fácil de conseguir.
Por ley solo se puede vender con receta y los farmacéuticos que son sorprendidos vendiéndolo sin ella enfrentan hasta 25 años de cárcel.
Pero los adictos dicen que las restricciones son ignoradas.
Este fue el caso cuando entré en una farmacia en el centro de El Cairo y pregunté por el Tramadol.
Me dijeron que se había agotado pero en su lugar se me ofrecieron dos analgésicos alternativos e igualmente adictivos.
En ningún momento me pidieron una receta.
El médico Yasin Rajal, director técnico de la Administración Central de Asuntos Farmacéuticos de Egipto, dijo en entrevista a la BBC que el Ministerio de Salud reconoce los peligros de los analgésicos y está haciendo esfuerzos para combatir las ventas ilegales.
«Varias leyes están en vigor para regular la venta de analgésicos», indicó.
«El Ministerio de Salud vigila los puntos de venta de productos farmacéuticos en Egipto y trabaja junto con el Ministerio del Interior para llevar a cabo inspecciones y controles al azar».
Mercado callejero
Pero incluso si las autoridades pudieran impedir que las farmacias vendan Tramadol sin receta, los consumidores han encontrado otras formas de conseguirlo.
El llamado «doctor de ventas» es ahora una práctica común.
Los adictos consultan a varios médicos al mismo tiempo, fingiendo un problema de espalda o una lesión deportiva, y obtienen varias recetas diferentes de analgésicos que usan en diferentes farmacias.
También hay un próspero mercado negro.
En la tercera ciudad más grande de Egipto, Giza, al suroeste de El Cairo, hay una calle donde los adictos vienen a comprar sus drogas.
El sol acaba de ponerse y hay tanta gente dando vueltas que parece un mercado nocturno.
Los traficantes intentan mantener el orden, gritando a las multitudes que hagan fila: Tramadol a la derecha, hachís y heroína a la izquierda.
Muchos adictos están comprando una bebida que llaman «cucaracha» que tiene como base un medicamento utilizado para tratar la enfermedad de Parkinson.
Doblando la esquina
Abdul Hameed espera haber dejado atrás ese mundo finalmente.
Ahora lleva tres meses en su más reciente intento por dejar la adicción a las drogas.
Varias veces ha fallado, por cuenta propia en su casa y en «centros de tratamiento» sin licencia, donde los adictos están encerrados en una habitación y se los deja solos mientras sufren los síntomas de la abstinencia.
Ahora está en una clínica privada.
«Nos dan diferentes medicamentos para tratar los síntomas de abstinencia y reducen gradualmente la dosis de sustancias adictivas», dice.
«Asistimos a clases de meditación, practicamos deporte, compartimos experiencias. Siento que he nacido de nuevo».
Por primera vez en años, comienza a mirar hacia el futuro con esperanza.
«Comencé a tener clases privadas para prepararme para volver a la escuela», dice.
Sueña con casarse un día y tener hijos. También espera educarse como especialista en tratamiento de drogas.
Más que cualquier otra cosa, dice, quiere aprovechar lo aprendido en su propia batalla con las adicciones para ayudar a los demás