Para 2030, Turquía podría facturar cerca de 90.000 millones de euros anuales gracias a la recuperada producción de cannabis. Estos son los cálculos que maneja el Centro de Estudios Estratégicos de Eurasia (ASAM). Durante décadas, el Gobierno turco se vanagloriaba de quemar las plantaciones de cannabis en su guerra contra el PKK. Ahora, los islamistas del AKP, el partido del presidente Recep Tayyip Erdogan, aplauden su decisión de retomar el cultivo de la planta. La noticia ha cogido a muchos por sorpresa, dada la fuerte política antidrogas de Ankara.
Lo cierto es que desde el 2016 es legal plantar marihuana en 19 ciudades turcas con permiso del Gobierno, pero hasta hace unas semanas la producción de cannabis no se había planteado como una opción lucrativa para el país. A principios de enero, Erdogan anunció su intención de potenciar la producción y al día siguiente el Ministerio de Agricultura dio los pasos necesarios para generalizar el uso de este producto en varias industrias, incluida la industria textil, farmacéutica y del papel, entre otras.
La fibra de la planta es muy fuerte comparada con otras como el algodón o el lino, lo que la hace perfecta para la producción de cuerdas. También para la impresión de billetes, para lo que se precisa celulosa sintética duradera. Según destacó un miembro de ASAM en declaraciones a la agencia Anadolu, «el cannabis tiene 85 tipos de celulosa y puede reciclarse hasta ocho veces». Las fibras más finas se utilizan habitualmente en la industria textil, especialmente en la producción de ropa de verano, y el aceite de cannabis es común encontrarlo en barnices, pintura e incluso algunos cosméticos. También puede utilizarse en la fabricación de materiales de aislamiento, poliéster e incluso plásticos. De hecho, durante su comparecencia, el presidente recordó cómo su madre solía tejer sus propias bolsas para ir a la compra con este material. Reutilizables, ecológicas y hechas de cannabis.
En época del imperio Otomano existían grandes plantaciones de cannabis en la región, que utilizaban la planta en la producción de diferentes enseres, incluyendo material naval. El rumbo y la legislación cambiaron tras el golpe de estado militar de 1971, que destituyó al presidente Süleyman Demirel, quien se negaba a reducir la producción de cannabis a pesar de la presión de Estados Unidos en el momento. ¿Las consecuencias? Según los medios locales, en 1961 Turquía generaba 5.000 toneladas de cannabis al año. En el 2018, la producción no superó las siete toneladas. En su anuncio a principios de este mes, Erdogan dijo que la marihuana en Turquía se había destruido «por culpa de algunos enemigos disfrazados de aliados», lo que muchos en el país han interpretado como una clara alusión a Washington. Sin embargo, la oposición insiste en que el papel del AKP hasta ahora ha sido fundamental en la caída en picado de las plantaciones.
Con el incremento de la producción en Europa, Canadá, China e incluso Estados Unidos -que espera facturar 62.000 millones de euros con el cannabis en el 2025-, Turquía se ha propuesto hacerle la competencia a Occidente. Los medios afines al Gobierno han comenzado a hacer campaña a favor de la decisión de Erdogan, que califican de «revolucionaria», y en las últimas semanas han publicado informaciones sobre la historia de esta industria en Turquía y sus beneficios, definiendo el tema como un «asunto nacional». La intención por ahora es producir cannabis con bajos niveles de THC (entre un 0,2 y un 0,3 %), lo que no permitiría su transformación en droga, y el cultivo se centrará principalmente en el uso industrial y de investigación, aunque algunos grupos ya abogan por el uso medicinal de la planta.