La micología es una disciplina relativamente joven en México, ya que no fue hasta 1950 que se publicó el primer trabajo dedicado a un hongo macroscópico raro descubierto e identificado por Teófilo Herrera Suárez, investigador emérito por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Sistema Nacional de Investigadores (SNI).
«Estudiaba la levadura del pulque cuando empecé a estudiar los macromicetos a raíz de algunos viajes en el Desierto de los Leones, no había nadie que lo hubiera hecho y decidí estudiarlo para que alguien se ocupara de eso», comentó el doctor Herrera Suárez en entrevista con la Agencia Informativa Conacyt.
A más de sesenta años de que Herrera Suárez realizara las primeras incursiones en el estudio de macromicetos, el campo de la investigación de la micología ha crecido de manera considerable. El 8 de octubre de 1965 el investigador propuso la fundación de la Sociedad Mexicana de Micología que logró conformarse con la ayuda de colegas y miembros de la Sociedad Mexicana de Fitopatología.
Entre sus frutos contempla la creación de la Revista Mexicana de Micología que forma parte del Índice de Revistas Mexicanas de Investigación Científica y Tecnológica de Conacyt y el encuentro entre todos los investigadores que desarrollan aisladamente estudios en diversas áreas, siendo el más reciente el XI Congreso Nacional de Micología, que reunió a principios del mes de octubre del presente año a tres destacados presidentes de la Sociedad Mexicana de Micología: Teófilo Herrera Suárez, Gastón Guzmán Huerta y Evangelina Pérez Silva.
Inicios de la micología en México
En los inicios de la segunda mitad del siglo XX, a pesar de que en el resto del mundo la micología se encontraba muy adelantada, en nuestro país únicamente dos jóvenes investigadores empezaban a explorar el tema de manera independiente: Teófilo Herrera desde el Instituto de Biología de la UNAM y Gastón Guzmán desde el Instituto Politécnico Nacional (IPN).
Gastón Guzmán, investigador emérito del Instituto de Ecología (Inecol), Centro Público de Investigación Conacyt, y del Sistema Nacional de Investigadores, señaló en entrevista que su estudio en hongos inició por casualidad durante los últimos años de su carrera en biología. Después de las clases matutinas regresaba a la escuela por las tardes «un poco por ociosidad», y se sentaba en las banquetas del exterior del Laboratorio de Botánica, donde aprovecharía la oportunidad para entrar como ayudante del encargado.
«Cuando entré me pidieron que arreglara toda la colección de plantas incluyendo hongos, porque en aquel entonces se consideraba que los hongos eran plantas, ahora sabemos que no lo son; pude arreglarle todas las colecciones de musgos, helechos y bacterias pero hongos no pude, porque todos estaban en frascos de formol o alcohol —que es lo peor— y no tenían identidad, pues las etiquetas engomadas se despegaban con el tiempo».
El investigador había tomado de manera personal la asignación, trabajando en las noches incluso sin dormir, hasta que entendió que era imposible identificarlos. En cambio, emprendió una salida para colectar hongos en el Parque Nacional Desierto de los Leones, con una mochila cargada de frascos, formol y alcohol para preservarlos según el método que se conocía en aquel tiempo.
En el bosque le sorprendió con gusto la gran cantidad de hongos para los que resultaron insuficientes sus frascos, y más tarde recorrió las librerías principales de la ciudad de México. «Inocentemente pedía un libro de hongos del Desierto de los Leones y me tiraban a loco, pedía un libro de hongos de México o al menos un libro de hongos, y nada», apuntó.
En su siguiente salida para colectar hongos, cuestionándose cómo los profesores podían dar clases sobre hongos si nunca se había escrito nada y no había referencias, se planteó que tal vez algún día él haría un libro, objetivo que le tomaría veinte años concretar.
Un día de 1955, el doctor Alfredo Barrera, especialista en insectos y aficionado en hongos que apoyaba a Guzmán en sus investigaciones, llegó al laboratorio anunciando con entusiasmo que había encontrado algo muy importante. «Un hongo», intentó adivinar Guzmán, a lo que Barrera contestó que era algo más importante. «¿Un libro?», preguntó de nuevo Guzmán, pero se trataba de algo aún más importante, decía Barrera. «Me acabo de encontrar a una persona igual a usted, la única persona que estudia hongos en México», respondió por fin, refiriéndose a Herrera Suárez.
«Gastón Guzmán fue a verme a La Casa del Lago donde yo trabajaba, él buscaba un micólogo y el único que había en el país era yo, así que empecé a darle mis libros, él siguió adelante y creció muchísimo, me parece que a él le hubiera gustado ser un hongo en lugar de un hombre», apuntó Herrera Suárez.
A partir de ese momento Guzmán Huerta inició una mancuerna con Herrera Suárez, quien compartió con él los libros sobre hongos heredados de sus maestros y que resultaban una joya para el investigador del IPN, que se dedicaba a copiarlos en manuscrito cuando el dinero no solventaba las fotocopias.
Huautla de Jiménez y los hongos alucinógenos
En la década de los cincuenta, el antropólogo estadounidense Robert Gordon Wasson logró una abierta comunicación con María Sabina, en Huautla de Jiménez, dando a conocer mundialmente el redescubrimiento de los hongos sagrados de México, que fueron estudiados en la misma década por el taxónomo Roger Heim.
Rolf Singer, experto taxónomo de hongos que laboraba en el Museo de Historia Natural de Chicago, viajó a México con el objetivo de colectar y cultivar hongos alucinógenos, para lo que solicitó el apoyo de un ayudante a la UNAM. Teófilo Herrera recomendó a Gastón Guzmán, quien colaboró con Singer durante los dos meses que permaneció en el país.
«Cuanto hongo colectábamos, hongo del que me daba toda una cátedra, fue mi primer y único maestro en el campo; aprendí que los hongos se secan, no se ponen en formol jamás, y a tomar toda clase de notas acerca de los hongos», señaló Guzmán Huerta.
Entre 1957 y 1958 Guzmán Huerta trabajó en Huautla de Jiménez, Oaxaca, llamada la «Ciudad de los hongos alucinógenos» ya que la vida de esta población oaxaqueña gira en gran medida alrededor del culto a estos hongos. El investigador trabajaba comprando hongos en rancherías para un laboratorio suizo que buscaba grandes cantidades de hongos para hacer estudios químicos, aunque todavía no se conocía la psilocibina, uno de los componentes químicos de los hongos responsables de sus efectos alucinógenos.
«Al principio me dediqué al estudio de los hongos alucinógenos por curiosidad y los comí también por curiosidad, porque pensaba que era puro cuento, propaganda de Estados Unidos», comentó Guzmán Huerta.
Durante su estancia se hospedaba en un rancho donde únicamente vivían indígenas mazatecos, y decidió preguntar a don Isauro Nava, el único que hablaba español, si podía comer los hongos para aliviarse del estómago.
«Ellos comían los hongos para un fin determinado, los hongos son sagrados, para hablar con los difuntos o con dios, y a mí se me ocurrió decir que podían aliviarme porque andaba mal del estómago», comentó el investigador.
Tras una ceremonia ante un altar donde rezaron en mazateco y en español, los hongos fueron pasados ante incienso y Guzmán recibió una jícara con 12 hongos —o seis pares, como dicen comúnmente— de Psilocybe cubensis, mejor conocido como San Isidro.
Después de comer los hongos, el investigador permaneció un rato platicando con don Isauro y su hermano, quien había comido con él para cuidarlo en su viaje. Al ver que anochecía y que en la casa la gente ya se había retirado para dormir, decidió acostarse también en su petate, cerca de una mesa y un quinqué con una parrilla donde colocaba los hongos que cubría con periódico, pensando que tal como suponía, los hongos no eran alucinógenos, pues no le producían ningún efecto.
«Estaba viendo la única luz que había en aquella habitación de piso de tierra, cuando de repente aquel quinqué empezó a emanar mucha luz, como si tuviera muchos reflectores, y se convirtió en un castillo con facciones humanas, y había un haz de luz que se colaba hacia mí y el pasillo, me decía ‘ven, ven’, yo sentí terror, mientras el hermano mayor se revolcaba de risa, yo veía el castillo como si de verdad estuviera ahí, me puse los lentes para ver qué veía, y más se atacaba de risa».
El efecto se prolongó durante cinco horas observando visiones, como parientes que desaparecían cuando él intentaba darles la mano. “Eso ocurrió en 1958 y lo recuerdo como si hubiera sido anoche, se graba en la memoria rotundamente”, apuntó.
Durante su estadía en el rancho de Huautla de Jiménez observó que alrededor del río crecían hayas, pero no fue hasta su viaje de regreso a la ciudad de México cuando recordó haber visto aquellos árboles en el rancho donde vivió cuando era casi un niño, cerca de Xalapa, Veracruz. Al ver la conexión entre las hayas, supuso que en Xalapa también debía haber hongos alucinógenos y decidió viajar para comprobarlo. De esta manera inició lo que sería la primera investigación sobre la distribución de hongos alucinógenos en la república mexicana, con la que obtuvo el título de licenciatura.
El interés de los micólogos en las prácticas culturales fortaleció el conocimiento científico sobre hongos que hasta entonces había pasado desapercibido. En 1967 Teófilo Herrera, Miguel Ulloa y un grupo de investigadores visitaron la localidad para participar en una ceremonia en la que se ingirieron hongos alucinógenos con María Sabina, experiencia que Herrera Suárez publicó en el volumen 8 del mismo año de la revista Neurología-Neurocirugía-Psiquiatría.
«Aumento de la temperatura del cuerpo, de la presión arterial, del ritmo cardiaco y de la frecuencia del pulso, escalofríos, rubefacción o palidez, náuseas, poliuria y midriasis, entumecimiento o pesadez de las piernas, a veces dolor de cabeza o mareos, euforia, cambios emocionales, aparición de alucinaciones en forma de figuras geométricas de brillantes y variados colores cambiantes como en un caleidoscopio, cambios en el entendimiento con rápida desintegración y confusión de ideas, dificultad para distinguir la realidad y lo ficticio, pérdida de ubicación en el tiempo y el espacio, sensación de que las partes del cuerpo están encogidas, alargadas, distorsionadas o desconectadas, esquizofrenia, es decir desdoblamiento de la personalidad, con la sensación de que está separado del cuerpo y la mente; esto desencadena un estado de angustia al no poder distinguir entre la irrealidad y lo que es real, pero generalmente se tienen pretensiones de que hay comunicación con Dios y las fuerzas o los seres sobrenaturales, motivo por el cual a los hongos que producen este efecto se les llama sagrados o divinos», fueron algunos de los efectos descritos por el investigador.
Por su parte, Gastón Guzmán tuvo una relación de intercambio de información con Richard Evans Schultes, coautor de Las plantas de los dioses junto con Albert Hoffman, quien sintetizó por primera vez la psilocibina.
Asimismo, el investigador mexicano se convirtió en una referencia obligada a nivel internacional tras ser becado por la Fundación Guggenheim de Nueva York para viajar por el mundo estudiando hongos alucinógenos, con lo que demostró que no eran únicamente de México, sino que también crecían en Cuba, América del Sur, Estados Unidos, Europa y el resto del mundo. Los resultados fueron publicados en el libro The genus psilocybe: A systematic revision of the known species including the history, distribution, and chemistry of the hallucinogenic species en 1983, obra que contribuyó con el desarrollo de la sistemática de los hongos enteógenos y de la etnomicología.
Desde hace más de cinco años, Guzmán Huerta trabaja meticulosamente en la segunda edición de esta obra que se divide en varias secciones que contemplan los nuevos conocimientos que se han adquirido en los últimos años. «Voy a publicar la primera sección dedicada a todas las especies ligadas al Psilocybe zapotecorum, a mis discípulos les digo que ellos tendrán que hacer la segunda porque yo ya no llego, antes pensaba que para el año dos mil ya estaría, ahora digo que para el tres mil ya está», comentó.
Hongos tóxicos y antibióticos
Evangelina Pérez Silva, miembro nivel II del Sistema Nacional de Investigadores, cursaba la carrera en biología en la UNAM cuando conoció a Teófilo Herrera, quien impartía clases de bacteriología y micología. «Cuando se descubrió la penicilina se generó un nuevo interés en saber sobre todos los hongos que podían producir antibióticos, pero aún no se habían hecho investigaciones de este tipo en el país, por lo que me inicié con el doctor Herrera en el estudio de antibióticos en hongos macroscópicos y fue así que me adentré en la micología», comentó en entrevista.
Con el redescubrimiento de los hongos alucinógenos, la investigadora recibió una beca del gobierno francés para realizar su doctorado sobre la distribución de algunas especies del género Inocybe de México. A partir de entonces se ha dedicado al estudio de macromicetos tóxicos de los géneros Inocybe, Amanita y Chlorophyllum, que son los que se presentan mayormente en México.
«A diferencia de lo que ocurre en Europa, el clima seco y las lluvias cada vez más escasas por la tala de bosques hace que el género Amanita aparezca solo en época de lluvias, al principio exploramos los bosques cercanos como el Desierto de los Leones, pero poco a poco fuimos ampliando otras zonas donde no estaban representados en los herbarios, y fue así como ampliamos nuestros viajes hacia el norte, sur, este y oeste del país, con lo que ya conocemos un poco mejor la distribución del género Amanita en México», comentó la investigadora.