Probé El LSD Casi A Los 60 Y Cambió Mi Idea Sobre Las Drogas Psicodélicas: Michael Pollan

Cuando el periodista estadounidense Michael Pollan (Nueva York, 1955) comenzó a investigar el «resurgimiento» de las drogas alucinógenas en la medicina, no imaginó que terminaría haciendo su propio viaje psicodélico.

Tampoco pensó que plasmaría esa experiencia en su libro más personal y controvertido hasta la fecha.

«How to change your mind» (2018) es un extenso ensayo traducido en español como «Cómo cambiar tu mente» (aunque también significaría cómo cambiar de opinión) en el que cuenta, a través de ese «viaje,» lo que aprendió sobre los usos médicos del LSD y de la psilocibina, el ingrediente activo en los hongos alucinógenos.

El escritor cuenta cómo la «nueva ciencia» de los psicodélicos puede tratar trastornos como la depresión y la ansiedad, y ayudar a enfermos de cáncer a afrontar el miedo a la muerte.

Pollan nunca había escrito sobre este tema, pero siempre le interesaron las cuestiones de la salud.

Sus artículos de investigación en el Washington Post o el New York Times, convertidos en bestsellers sobre la industria alimentaria —»El dilema del omnívoro» (2006) o «Cocinar» (2013), que alimentó una serie de Netflix— le valieron el alias de «activista alimentario». En 2010, fue nombrado una de las 100 personas más influyentes del mundo por la revista Time.

Pero el «gurú» de la comida saludable se ha convertido en el defensor de la «nueva ciencia» de la psicodelia y de sus posibles ventajas para la salud mental.

Diario de un viaje… psicodélico

Antes de comenzar su investigación sobre psicodélicos, Pollan nunca había probado los ácidos. Tampoco tenía un interés especial por las drogas en general.

«Vivo en California, donde la marihuana es legal, pero yo no la consumo. Aunque sí consumo alcohol y cafeína», señala.

Su curiosidad despertó en 2010 cuando supo de unos médicos que estaban retomando ensayos clínicos iniciados en los 50 y los 60 (que serían reprimidos después por el «pánico moral» que sigue vigente, señala Pollan).

«Los psicodélicos adquirieron muy mala reputación. Pero gran parte es inmerecida y se debe a sus vínculos con la contracultura. Muchos de los efectos fueron exagerados, malinterpretados o confundidos con brotes psicóticos», asegura.

Pollan aclara que se refiere al uso clínico, que es el que le parece interesante.

Bob Jesse, de la Johns Hopkins University, le envió un artículo científico que recogía conclusiones positivas de estudios recientes (de 2006).

A Pollan le interesó la historia, pero no lo suficiente. Por eso la archivó. Hasta que dos años más tarde, en una cena con su esposa Judith y con unos amigos, una de las invitadas —»una psicóloga prominente»— habló sobre sus nuevas experiencias con el LSD, que consideraba «estimulantes» para su trabajo, pero no se atrevía a publicar.

Fue entonces cuando Pollan se puso a investigar.

Leyó sobre el químico suizo Albert Hoffmann (1906-2008), quien descubrió accidentalmente el LSD (dietilamida de ácido lisérgico), sin saber que terminaría convirtiéndose en una droga urbana.

Más adelante, Pollan se sintió preparado para probar por primera vez en su vida —a punto de cumplir los 60 años— sus primeras dosis de LSD,psilocibinay DMT (dimetiltriptamina, el compuesto alucinógeno activo de la ayahuasca).

Lo hizo con la ayuda de varios orientadores clandestinos. Así lo cuenta en el capítulo «Diario de un viaje».

Cuando le pregunto sobre esa experiencia, la resume con tres palabras: «alucinante, interesante y sorprendente».

La primera sustancia que probó fue la psilocibina. Lo hizo junto a su esposa en su casa de Nueva Inglaterra.

«Sentí muchas cosas sobre mis padres», recuerda. «Ellos eran mayores. Había dos árboles en mi casa, y vi con total claridad que uno de ellos representaba a mi madre y el otro a mi padre. Suena muy poético, pero así lo sentí en ese momento. Dos años después, uno de los árboles cayó… y mi papá murió. Fue increíble por la intensidad emocional».

Enfrentarse a la muerte

El padre de Pollan falleció en enero de 2018. Tenía cáncer.

Pollan le dedicó su libro, pero, ¿fue su muerte lo que le empujó a escribirlo?

«Sí y no», responde. «Le dediqué el libro porque sabía que se estaba muriendo. Y lo cierto es que habla mucho sobre la muerte. Hice muchas entrevistas a enfermos de cáncer, con quienes tuve el privilegio de hablar de una manera muy franca y honesta sobre la muerte».

El escritor recogió sus testimonios, en los que le contaron cómo la psilocibina les ayudó a superar el miedo.

«La idea de que la psilocibina pueda cambiar en un solo día cómo te sientes sobre tu propia muerte y reconciliarte con ello es extraordinaria», dice Pollan.

El escritor confiesa que no pudo tener esa conversación con su padre: «No sé cómo procesaba él la idea de saber que se estaba muriendo, ni qué pensaba sobre eso, él no quería hablarlo… pero al menos pude hacerlo con otras personas».

La que más le impactó, recuerda, fue una charla con una mujer que tenía cáncer de ovario.

«Se había sometido a un tratamiento y estaba en remisión, pero el miedo a que pudiera volver le paralizaba. Eso le estaba arruinando la vida. Probó una sola vez la psilocibina en la Universidad de Nueva York y pudo confrontar su miedo. ‘Viajó’ imaginariamente a través de su cuerpo y vio una gran masa negra bajo su caja torácica. Ella sabía que no era el cáncer porque el tumor no estaba en ese lugar».

«Lo reconoció de inmediato: era su miedo. Y le gritó: ‘¡Sal de mi cuerpo!’ Y la mancha negra se evaporó. Luego me explicó que aquella experiencia le había enseñado que no podía controlar su cáncer, pero sí podía controlar su miedo. Y dejó de sentirlo», relata Pollan.

Dentro de tu cerebro

Esas conversaciones y sus propias experiencias con los psicodélicos le hicieron cambiar de opinión sobre ellos.

«Yo no tenía ni idea de que tienen un valor curativo».

«Todavía estamos aprendiendo cuáles son los efectos de las drogas psicodélicas en nuestro cerebro. Pero el principal efecto parece ser el que tiene sobre la red neuronal por defecto (RND) [un conjunto de regiones cerebrales que colaboran entre sí mientras la mente está en reposo] que afectan a nuestro sentido del yo».

«Estas estructuras condicionan cómo pensamos sobre nuestro pasado y nuestro futuro, lo cual es vital para construir nuestra identidad, y también la imagen sobre los demás, que es clave para experimentar empatía o compasión».

«Son unas neuronas que también están implicadas en la narrativa autobiográfica, la historia que te cuentas a ti mismo sobre quién eres».

Pollan dice que las drogas psicodélicas pueden hacer que uno pierda el sentido del yo.

«Sientes que te disuelves. Yo lo experimenté en un ‘viaje’ posterior con psilocibina. Una vez, incluso me disolví con la música. Lo más extraordinario es que yo era consciente de eso». Y asegura que le ayudó a afrontar de otra manera la muerte de su padre.

«Pero esa experiencia puede ser eufórica o aterradora», advierte.

La pregunta es: ¿cuán útil es en un sentido terapéutico?

«Los investigadores creen que, en muchos casos, nuestro ego nos hace infelices porque puede ser muy crítico, puede castigarnos. La gente con depresión se queda atrapada de cierta manera en su sentido del yo y crea muros a su alrededor que le impiden conectar con otras personas», responde Pollan.

«Reducir los efectos del ego puede ser muy positivo para romper hábitos y ayudar a que la gente cambie sus patrones mentales».

Esos efectos, dice Pollan, serían positivos, según algunos científicos, para tratar adicciones, obsesiones, desórdenes alimenticios y toda una serie de trastornos mentales, así como la ansiedad y depresión en ciertos enfermos.

La teoría se está probando en varios estudios y experimentos. Todavía no hay resultados concluyentes, pero cada vez son más los médicos y psiquiatras que apoyan este tipo de pruebas, al menos en Estados Unidos.

«Uno de ellos es Tom Insel, exdirector del Instituto Nacional de Salud Mental, uno de los psiquiatras más prominentes del país», explica Pollan.

Los riesgos

Por supuesto, también hay muchos críticos que señalan, sobre todo, los riesgos psicológicos.

«Es una experiencia psicológica muy potente y hay gente que, sin duda, no debería probar estas drogas porque la reacción puede ser muy negativa», dice Pollan. «Y otro riesgo es la pérdida de control de tu conciencia y de tu cuerpo, sobre todo si no las consumes en un entorno seguro y con un guía que esté contigo todo el tiempo».

Sobre su uso recreacional, opina que es muy arriesgado: «Si mi hijo me preguntara, se lo desaconsejaría totalmente, sobre todo si piensa hacerlo en un espacio público».

Sin embargo, Pollan dice que el uso clínico de los psicoactivos puede ser muy positivo, sobre todo teniendo en cuenta la crisis global de salud mental actual —según la Organización Mundial de la Salud (OMS), hay más de 300 millones de personas en el mundo con depresión— y el hecho de que «varios psicólogos prominentes coinciden en se necesitan nuevas opciones para tratarla».

«La última herramienta revolucionaria fueron los antidepresivos, que se desarrollaron en los 80 y 90, pero tienen serias limitaciones porque son adictivos y provocan efectos secundarios».

«Es hora de reexaminar la cuestión de los psicodélicos. Todas las drogas tienen riesgos».

Con Información de BBC Mundo