Hay una fiebre por la marihuana en España. Aumentan los cultivos y las incautaciones de la Guardia Civil y la Policía Nacional hasta un 60 por ciento. En Granada, las fuerzas de seguridad han descubierto plantaciones ilegales de maría en 106 de los 174 municipios de la provincia. Según la Guardia Civil, unas cincuenta organizaciones, casi todas chinas, controlan ese boom en España y revenden buena parte de la droga al Reino Unido, donde obtienen el triple de los beneficios. España es ya la plantación de marihuana para toda Europa. Grupos chinos alquilan aquí naves industriales con documentación falsa y colocan dentro a un vigilante, un esclavo que no puede salir de allí. Setenta de ellos han sido liberados por la Guardia Civil y la Policía Nacional.
Uno de esos esclavos fue X, un ciudadano vietnamita de 37 años, padre de un bebé de un año y una niña de cuatro, a quien la Guardia Civil rescató a finales del mes de febrero de una nave repleta de marihuana situada a las afueras de Valencia. Su declaración ante la Guardia Civil, a la que ha tenido acceso EL PERIÓDICO, revela cómo funcionan esas redes de explotación de personas que acaban en España.
Primero, Rusia
Ese padre de familia tenía «necesidad económica familiar», y decidió emigrar a Rusia, con el que Vietnam tiene buenas relaciones y facilidades para los inmigrantes, en busca de un trabajo: «En enero de 2018, quedé con una persona en el aeropuerto, que me entregó el visado y el billete para el avión. Me dijo que trabajaría en el sector textil, cobrando unos 500 dólares y viviría en una residencia con otros trabajadores», declaró ante la Guardia Civil de Moncada.
El hombre salió de su país con la esperanza de «conseguir dinero para ayudar» a su familia, pero «todo fue un engaño. En Rusia, estuve trabajando hasta 16 horas al día, sin librar ningún día de la semana, cobrando 200 o 300 dólares al mes. La diferencia hasta los 500 dólares que me prometieron se la quedaban ellos, me dijeron que para saldar una deuda de unos 2.000 dólares que tenía con ellos por la tramitación del visado y del viaje», denunció este padre de familia vietnamita, que, según asegura, tuvo que aceptar esas condiciones de trabajo durante ocho meses.
De allí pudo escapar, según su denuncia, gracias a una recomendación de dos de los 15 trabajadores explotados con los que dormía en una habitación de 16 metros cuadrados. «Me dijeron que otro vietnamita organizaba viajes a Alemania y buscaba trabajos con mejores condiciones, así que contacté con él». Resultó ser otra trampa: «Comencé un viaje a pie, junto a otros 8 o 9 vietnamitas, con destino a Alemania. Durante una semana, dormimos a la intemperie y comimos lo que podíamos coger en la ruta”.
Se desplazaron, explica, guiados durante todo el camino por varias personas: «Un ruso nos acompañó durante el primer trayecto hasta la frontera. A partir de ahí, nos recogió otra persona y nos acompañó hasta otro tramo, repitiendo esto mismo hasta cuatro veces hasta que llegamos».
7.000 euros por la libertad
Lejos de encontrar una salida, en Alemania sufrió su primer encierro: «Nos llevaron a todos a un local y nos dejaron encerrados allí durante 3 días. Nos dieron a entender que nos quedaríamos encerrados bajo llave en ese local hasta que nuestras familias les hicieran una transferencia de 7.000 euros», recuerda el hombre. Su familia hizo el pago.
Poco después, los trasladaron en autobús hasta el mercado de Berlín, donde conoció a quien le llevaría, a principios de 2019, hasta España: «Un chino me llevó en coche hasta Valencia. Me pidió que le entregara mi pasaporte y me contó que yo cobraría unos 500 euros. El dinero se lo harían llegar a mi familia. Al llegar a Valencia, cambiamos de coche y de conductor y me llevaron a una nave».
Encerrados con llave
Cuando llegaron a un lugar desconocido y apartado, «el conductor chino se bajó del coche, abrió la nave y me dijo: esta es tu casa», asegura el vietnamita. Dentro lo recibió un compatriota suyo, que le explicó su nuevo trabajo, tendría que cultivar plantas de marihuana. Luego, le enseñó el recinto, del que, le advirtió, «no podía salir» porque ambos estaban encerrados «con llave».
Además de varias habitaciones prefabricadas con las plantaciones, había un habitáculo con «colchones tirados en el suelo, sobre palés de madera a modo de camas». También, «una zona para cocinar que estaba dentro de los servicios, al final de la nave, justo al lado de donde nos aseamos”. En el mismo lugar «amontonábamos la basura», ya que no podían sacarla a la calle. Tampoco podían tender la ropa mojada fuera: «La lavábamos a mano y la colgábamos de los hierros que había en la nave».
En esas condiciones lo encontraron y liberaron los agentes de la Comandancia de Valencia y de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, en el marco de dos operaciones que también desmantelaron plantaciones de marihuana y rescataron a esclavos asiáticos en Zamora, Ourense, Jaén y Guadalajara.
Difícil reinserción
Las semillas de marihuana son legales en España y las condenas por manejar cantidades menores de diez kilos son muy suaves, lo que explica el boom de las plantaciones indoor por todo el territorio. La cara oculta de esa droga, sumergida en un debate sobre su legalización, es la explotación laboral, un agujero del que resulta muy difícil salir: «Dentro de la trata de seres humanos, la explotación laboral es la problemática a la que menos recursos se destina. Eso hace que la reinserción de este tipo de víctimas sea aun mucho más complicada«, lamentan especialistas de la Guardia Civil.
Ha sido el caso del padre vietnamita que terminó esclavizado en Valencia. Con ayuda de Cáritas, consiguió un albergue dónde hospedarse, pero pasado un tiempo decidió marcharse, sin más ayuda, sin recursos. Durante el tiempo que estuvo recluido en aquella nave, «cultivando las plantas», solo pensaba si su mujer y sus hijos recibirían algún dinero. Cuando tenía algo de «tiempo libre», lo dedicaba a «hablar con ellos a través de un teléfono móvil que me dio el chino que me había quitado el pasaporte».
Cuando sus rescatadores le preguntaron si había sentido miedo, el vietnamita respondió: «Ante la imperiosa necesidad de conseguir dinero para mi familia, fui aceptando todo lo que me ofrecían». Renunció a todo en busca de un empleo digno: «Todo lo que he ido sufriendo durante mi viaje hasta Valencia, lo he considerado necesario para llegar a algún lugar donde pudiera trabajar libremente«. No lo consiguió. Hoy, la Guardia Civil no sabe dónde está.