Hashshashin, La Legendaria Secta De Asesinos Y Su Relación Con El Hachís

Existe la leyenda que dice que el término asesino viene del árabe hassasin, que supuestamente significa «fumadores de hachís». Sin embargo, esta versión es muy dudosa y tiene pocas bases históricas.

Hacía el siglo XI, en Oriente Próximo en la época de las Cruzadas, vio la luz una legión de guerreros, los Hashshashin, o Secta de los Asesinos (en persa: حشیشیان en árabe, حشّاشين (Ḥashshāshīn)) o asesinos (deriv. del árabe «حشيش», tr. «ḥašīš»). La fama de sus atentados llegó hasta Europa, donde se les conoció como «asesinos».

Con sede en la fortaleza de Alamut, y más tarde con su centro de poder en Masyaflos nizaríes, a través de asesinatos políticos y magnicidios, ser una fuerte resistencia frente a la facción de los sunies, quienes, bajo protección selyúcida, extendieron su doctrina chiita por el Próximo Oriente.

Bajo la capa de misticismo que le otorgaba su forma de actuar, el imaginario occidental que se originó entorno a los escritos de Marco Polo, el terror que provocaron sus asesinatos, así como el vacío en las fuentes, ha llegado hasta nuestros días un legado que ha alimentado mil y una historias…

El origen de los Hashshashin

El grupo de asesinos que aterrorizó durante más de dos siglos a Oriente Próximo, nació de un cisma religioso. Dentro de la comunidad chií, ampliamente respaldada en Egipto, surgió una brecha al morir Nizar, hijo del califa fatimí al-Mustansir. La lucha por el liderazgo religioso ocasionó un cisma entre los chiies de Egipto.

Es en este escenario cuando hace acto de presencia Hassan ibn Sabbah, quien se había instruido como predicador de la palabra chií. Dotado con un gran carisma, el que más tarde fuera conocido como el Viejo de la Montaña, consiguió liderar una nueva facción enfrentada a la fatimí, el ismailismo nizarí.

Hassan ibn Sabbah, conocido como el Viejo de la Montaña, fue, quien tras el cisma faitmí, dio origen a la secta de los Hashshashin.

Convertido ya en líder de una facción fuerte, Hasan ibn Sabbah, para luchar contra los sunníes, comenzó a dar una serie de pasos para materializar su visión. La acción más significativa fue la toma de la fortaleza de Alamut, desde donde, a través del asesinatos político, darían inicio a la leyenda de los asesinos.

Establecidos por tanto en Aluh Amujt, o Alamut, el Viejo de la Montaña crea un cuerpo especializado a través del cual se producirían los asesinatos y amenazas.

Los hashshashin provocaban pavor, pues pasaban totalmente desapercibidos, debido a que se especializaron en el sigilo, a la vez que manejaban técnicas letales. Suponían una amenaza para cualquier persona, sin importar el cargo que ocupase, llegando así, a asesinar a reyes, mandatarios, y a cualquier persona que supusiera una amenaza para sus intereses. La fortaleza que les servía de cuartel era una plaza inexpugnable. No emprendían ataques directos ni abiertos. Y por si fuera poco, establecieron alianzas con los templarios. Por todo esto, levantaron a su alrededor una atmósfera de pánico.

La comunidad de los asesinos

A pesar de haber surgido en torno al ismailismo, y tener como enemigos directos a los sunitas, cuentan que los hashshashin sentían poco apego hacia el islam. Para este grupo, la fe era más una opción personal, que una obligación. Derivado de esta percepción de la fe, llevaban a cabo un estilo de vida que poco se asemejaba al ideal musulmán. Consumían alcohol, mantenían relaciones sexuales con cualquier mujer, e incluso consumían drogas.

Los orientalistas europeos del siglo XIX contribuyeron a difundir la idea de que los hashishiyya se llamaban así porque ingerían hachís antes de cometer sus atentados. Sin embargo, las acciones de los fedayines requerían una preparación y una paciencia reñidas con el consumo de drogas. Lo más probable es que se tratara de un término despectivo que los cruzados interpretaron mal.

Formación

Según cuenta Marco Polo, el líder de los asesinos hacía beber un brebaje a los jóvenes que adiestraba en el uso de las armas para adormecerles y que despertaran en un lugar maravilloso. Así les hacía creer que él era un profeta que poseía las llaves del paraíso y obtenía absoluto poder sobre su voluntad. 

Los asesinos poseían sobre su líder obediencia plena y fe ciega. Acataban las órdenes sin titubear, se lanzaban sobre sus objetivos sin conocer el miedo, y si la misión era suicida, se arrojaban a ella sin prestar la más mínima importancia a las consecuencias. Que los nazaríes dieran todo por su líder, solo se explica a través del adoctrinamiento que sufrían desde muy temprana edad.

Al parecer, los que en un futuro serían los hashshashin, eran reclutados desde bien pequeños. No tenían contacto con sus familias, solo con los miembros de su propia comunidad. A través de un severo entrenamiento, una gran formación cultural y una gran libertad, hacía de los asesinos, personas que se podían desenvolver en cualquier contexto, cosa imprescindible para sus acciones, más aún cuando tenían que tener enfrentamientos directos con reyes y personas de alta política.

El inicio del legado

El comienzo de la leyenda de los misteriosos asesinos comenzó en octubre de 1092, cuando el visir Nizam al-Mulk fue abatido por la daga de un asesino. La muerte de Al-Mulk, personaje de vital importancia para los selyúcidas, supuso un importante contratiempo para el devenir de los turcos. Con tan solo un mes de diferencia, aparecía envenenado el sultán selyúcida Malik Shah, aunque su muerte no se puede atribuir con certeza a los nizaríes. Sea como fuere, la muerte de estos dos personajes debilitó, a través de luchas de poder, la dinastía selyúcida. Hasan ibn Sabbah consiguió, sin apenas esfuerzos, y sin exponerse, el fin de la influencia turca en la zona.

Con este importante golpe de efecto se empezó a escribir la historia de estos eficaces asesinos.

La expansión nizarí

Tras el cisma ocasionado por la muerte de Abu Mansur Nizar, aspirante al trono fatimí, Hassan ibn Sabbah, confirmado ya como líder nizarí, decidió expandirse hacia Siria.

Pero en este territorio chocó con los templarios, lo que obligó al Viejo de la Montaña a establecer alianzas con los caballeros de la cruz. Pero entre tanto, se vieron obligados a cambiar de asentamiento constantemente, hasta que en 1140 se establecieron en otro enclave mítico de los asesinos: la fortaleza de Masyaf.

El fortalecimiento de la orden con su nuevo centro de poder, sumado a la alianza establecida con cruzados y musulmanes, dio ala a los hashshashin para llevar a cabo más magnicidios.

El más relevante, quizás sea el de Raimundo II, quien en 1152 murió a las puertas de Jerusalén. El conde de Tripoli se convertía en la primera víctima cristiana de los asesinos. A esta lista se sumaron otros tantos nombres importantes: Conrado de Monferrato, rey de Jerusalén; Isabel I, reina de Armenia; Felipe de Montfort.

Pero si grandes personajes de la época cayeron ante las dagas de los asesinos, hubo otros que corrieron una mayor fortuna. Uno de ellos fue el musulmán más importante, Saladino. Cuentan, que teniendo casi conseguida la derrota de los hashshashin, de manera repentina abandonó la lucha. Y es que parece ser, que en su tienda se encontró una daga junto a una carta. No le hicieron falta más pruebas del poder de la secta. No volvió a emprender ataque contra esta organización.

Una suerte parecida corrió Eduardo de I Inglaterra. El entonces aún príncipe, fue apuñalado mediante una daga envenenada. Pese a pasar varios meses enfermos, logró recuperarse. Habiendo captado el mensaje de los asesinos, partió de nuevo hacia Inglaterra, abandonando de esta manera Tierra Santa.

El fin de los hashshashin

Pese a la red que tejieron entre alianzas, asesinatos y amenazas, los de Alamut se ganaron a unos enemigos implacables, los mongoles. Estos acabarían dándole el golpe final a la secta de los asesinos, obligándolos a cambiar de posiciones, pero esta vez, sin medio para recuperarse.

En 1255, Hulagu, hermano del gran kan de los mongoles Mongke, lanzó una ofensiva contra la secta de los asesinos, que en 1241 había asesinado a Chagatai, uno de los hijos de Gengis Kan. El líder nizarí Rukn al-Din negoció con los mongoles y propició la rendición de Alamut. Hulagu hizo destruir la fortaleza y quemar la mayor parte de la biblioteca que allí se guardaba.

La memoria de los hashshashin

Hay una fórmula infalible para generar un halo de misticismo en torno a algo: valerse del desconocimiento, y sazonarlo con datos que suenen grandiosos. Si esta fórmula la extrapolamos a los hashshashin, encontramos la respuesta del porque ha generado tantas leyendas.

Es la Edad Media, una época donde la fantasía se funde con la realidad. Hay un famoso viajero, Marco Polo, que traslada desde Oriente Medio hasta Europa unos textos sobre una secta que consume hachís. Estos, a su vez se dedican a asesinar a importantes personajes, se mueven de forma silenciosa, y han conseguido en poco tiempo hacerse con un poder considerable.

En fin, las «voces» de una parte de la sociedad medieval ayudó a engrandecer una leyenda, alrededor de un grupo de musulmanes, que si bien es cierto, no se cernían a los cánones de la época, la visión que se generó entorno a ellos, no correspondía para nada con la realidad.

Así pues, ni seguramente actuaban bajo los efectos del cannabis, pues sus actuaciones requerían precisión, ni se dedicaban a luchar contra los templarios como en Assassin’s Creed. Simplemente se trató de una escisión chií que aprovechó los recursos que tenía a su alcance para conseguir dar forma a su lucha particular.