El 28 de agosto de 1964, en el Hotel Delmonico de Nueva York, se produce un acontecimiento que cambiaría para siempre la cultura popular del siglo veinte, alterando el curso de la música moderna sin vuelta atrás: tras conocerse por primera vez, Bob Dylan introduce a los Beatles al cannabis. Lo que hoy en día puede parecer una situación normal fue en esencia un momento estelar, un encuentro entre dos colosos cuyo impacto resultó tan imprevisible como natural.
No sin razón, se puede llegar a pensar que ninguna de las partes tenía mucho en común con la otra: los Beatles eran un fenómeno de masas, acostumbrados a entonar chiclosas y pegadizas canciones de amor con yeah yeah yeahs y lalalas en abundancia, mientras que Dylan disfrutaba de su temprana fama (sobre todo en Estados Unidos) como el taciturno cantautor venido de las frías y grises tierras de Duluth, Minnesotta, cuya carga política de sus canciones le convirtieron –muy a su pesar– en todo un referente social en plena época de cambios. Eran, indudablemente, polos opuestos.
Bob Dylan acababa de publicar –veinte días antes– su tercer álbum de canciones originales, el infravalorado Another Side of Bob Dylan, que silenciosamente apuntaba hacia un tenue pero importante cambio de dirección para el cantautor. Hastiado de ser el reticente portavoz de una generación y abandonando casi por completo sus canciones de protesta, Dylan se postulaba como alguien distinto y renovado a base de introvertidas piezas, a veces peligrosamente autobiográficas (como «Ballad In Plain D», que se arrepentiría de haber incluido y jamás tocó en directo) que le alejaban paulatinamente de lo que el público le solía demandar. A partir del año siguiente publicaría la sagrada trinidad de Bringing It All Back Home, Highway 61 Revisited y Blonde On Blonde, con menos de un año de diferencia entre el primer y el último álbum.
Por su parte, los Beatles habían publicado A Hard Day’s Night apenas un mes antes, álbum tras el que se adentrarían, dando pasos de gigante, en una inesperada madurez artística motivada en parte por este encuentro. Tras Rubber Soul, importante disco de transición, vendría lo mejor: el conjunto de su obra más rompedora, vanguardista y experimental, sin renunciar ni mucho menos a su tremenda sensibilidad pop, poniendo de manifiesto que, tras superar la adolescencia musical con éxito, ya se habían hecho mayores.
Ese día, que ya ha pasado a los anales de la cultura moderna, los Beatles venían de tocar un concierto en el Forest Hills Tennis Stadium de Nueva York, mientras que Dylan se encontraba en la ciudad como de costumbre. Tras traerle en coche desde Woodstock y ser presentado por el escritor Al Aronowitz, amigo mutuo de ambos, al llegar a la suite de los de Liverpool Dylan pidió que le trajeran algo de vino barato. Enviaron a Mal Evans, road manager del grupo, a ir a por él. Mientras esperaban a que éste volviese, Dylan sugirió que fumasen; no precisamente tabaco, sino algo verde y orgánico. El agente del grupo Brian Epstein(el quinto Beatle de verdad, según Paul McCartney) y los Beatles se miraron los unos a los otros nerviosamente, hasta que aquél acabó por reconocer que nunca habían fumado marihuana.
Dylan se quedó atónito. De manera ingenua, había asumido por error que los Fab Four acostumbraban a fumarla, se ve que tras entender equivocadamente la letra de «I Want To Hold Your Hand»: creyó que lo que cantaban era And when I touch you I get high, I get high, I get high, cuando en realidad la letra –tal y como se vio obligado a corregirle John Lennon– decía I can’t hide, I can’t hide, I can’t hide.
Que los Beatles nunca habían probado la marihuana no era del todo cierto, sin embargo (cuestión distinta es que estuviesen colocados día sí, día también). Por lo visto, tal y como contaría George Harrison, algunos de los Beatles ya la habían probado años atrás, en 1960, pero su impacto fue prácticamente nulo. El batería de otro grupo de Liverpool les dio algo, aunque no llegaron a probarla hasta después de un concierto suyo en Southport. No obstante, apenas les causó efecto alguno: como dijo Harrison, todo se asemejaba al chiste en el que durante una fiesta dos hippies se fuman un porro y, mientras flotan en el techo, uno le dice a otro: «Esto no hace una mierda, tío».
Tras precisas instrucciones acerca de cómo fumarla, al ser ofrecido marihuana por Dylan Lennon se la pasó inmediatamente a Ringo Starr –al que llamaba su «Royal Taster»–, convertido en conejillo de indias ad hoc. Puesto que el narigudo batería desconocía por completo el protocolo relativo al ritual de la marihuana, en vez de pasar el porro a los miembros restantes acabó por fumárselo entero él solito, con efectos, claro está, que no se hicieron esperar. Educadamente, Dylan y Aronowitz liaron otra media docena y durante horas se repartieron muchos más, desatándose la locura y la fiesta mientras Dylan observaba el espectáculo, probablemente riéndose por dentro a más no poder y, a su manera, orgulloso del lío que había organizado.
Fumaron, bebieron vino y hablaron de surrealismo y rock & roll entre carcajada y carcajada, colocados y embriagados sin medida. Epstein no paraba de decir: «estoy en el techo, oh estoy en el techo» (moriría en 1967 de una sobredosis de drogas y alcohol, mientras los Beatles se encontraban en el norte de Gales reunidos con el gurú indio Maharishi Mahesh Yogi). A su vez, un abrumado McCartney insistía una y otra vez que aquella era la primera vez que pensaba de verdad: I’m thinking for the first time, really thinking, decía sin cesar. Más tarde admitiría que «Got To Get You Into My Life», de Revolver, trataba íntegramente sobre la marihuana; y, en 1973, le multarían por cultivar cannabis en su granja de Campbeltown, Escocia. Con humor, McCartney se defendió alegando que unos fans suyos le habían regalado las semillas y que no tenía ni idea de lo que saldría de ellas. Cómo no, sus argumentos no colaron y acabó pagando cien libras esterlinas.
Tras el encuentro con Dylan, los Beatles acabaron tan enamorados de la marihuana que, según los rumores, incluso llegaron a fumarla a escondidas en los cuartos de baño de Buckingham Palace. No en vano se la conoce como la gateway drug, razón por la que el uso de drogas recreacionales por su parte se incrementó exponencialmente, a la vez que su material musical, no por casualidad, crecía en calidad y diversidad de manera proporcionada. Lennon diría mas tarde que incluso llegaron a fumar marihuana para desayunar, y que tan metidos solían estar que nadie se podía comunicar con ellos con normalidad; eran como niños, todo ojos vidriosos y riéndose constantemente, refugiados en su particular mundillo recién descubierto.
A raíz de este encuentro los Beatles se hicieron aun más fans de Dylan si cabe; asistirían a su concierto del Royal Albert Hall de 1966, y en 1969 todos –a excepción de McCartney– acudirían a su concierto de la Isla de Wight. De los cuatro, sin embargo, el que mayor y más duradera relación mantuvo con Dylan fue Harrison, que junto a él compondría «I’d Have You Any Time», además de versionar «If Not For You» en All Things Must Pass, su genial álbum doble de 1970. Décadas después, volverían a coincidir en The Traveling Wilburys, el efímero supergroup formado en 1988, junto a Tom Petty, Roy Orbison y Jeff Lyne.
Sin embargo, George Martin, el famoso productor de los Beatles, mantuvo que el que más marcado quedó por la influencia de Dylan fue Lennon. En efecto, su repercusión queda sobre todo patente en la ácida canción acústica «Working Class Hero» –de su primer álbum en solitario–, en la cual emula la tremebunda seriedad reivindicativa de los primeros discos de Dylan, con clara inclinación hacia las canciones de protesta que hicieron famoso a éste (las finger-pointin’ songs, como él mismo las denominaba). Lennon nombró a Dylan además en algunas de sus canciones, como «God» o «Give Peace A Chance».
Por su parte, recientemente, Dylan rindió homenaje al cantante en «Dear John», la última canción de Tempest. Además, en una entrevista con Elliot Mintz de principios de los 90, Dylan escogió «Mother» como una canción de gran significado para él. Las únicas imágenes que constan de los dos juntos se pueden ver en este memorable vídeo –grabado por D. A. Pennebaker para el documental Don’t Look Back– en el que se encuentran en el asiento trasero de un taxi, colocados y riéndose a carcajadas en pleno Londres. La relación entre ambos, si no de amistad eterna, pareció siempre ser de respeto y admiración mutuos.
Ahora, si bien es casi indiscutible que Dylan influyó más a los de Liverpool que al revés, dicha influencia no fue, ni mucho menos, unilateral. Que Bob Dylan rindió homenaje a los Beatles en «4th Time Around» es innegable, ya que sumelodía suena sospechosamente familiar: en efecto, parece calcada a la de «Norwegian Wood (This Bird Has Flown)». Algunos dicen que realmente era Dylan imitando a los Beatles haciendo de Dylan (es decir, Dylan siendo Dylan) de manera jocosa, pero realmente la canción –y la finalidad de esta– van mucho más allá. En contra de lo que muchos piensan, Dylan manifestó su respeto por el grupo en varias ocasiones y sus positivas impresiones al escuchar «I Want To Hold Your Hand» por primera vez son harto conocidas.
En cualquier caso, fue gracias a este célebre encuentro en Nueva York que los Beatles pasaron de ser unos ídolos adolescentes a convertirse en los músicos más venerados de toda una generación. Dylan contribuyó a liberarles de las limitaciones inherentes a las convenciones de la música pop, a la vez que la eléctrica musicalidad de los de Liverpool convenció a éste para aparcar la guitarra acústica y pasarse al folk rock, no sin ser considerado por muchos fans intransigentes como un Judas moderno. De todos modos, quién influyó más en quién es en el fondo irrelevante, una cuestión semántica sin importancia (aunque capaz, eso sí, de mantener discutiendo a los seguidores de ambos durante horas); lo realmente importante es que dicho encuentro tuvo lugar, aunque a posteriori es casi imposible imaginarse qué sería de la música moderna si no se hubiese dado. Antes que conocerse por casualidad, de modo fortuito, es como si el destino hubiera unido a ambas partes de manera inevitable; como si, efectivamente, no hubiese podido ser de otra manera.