A finales del año pasado, el Parlamento de Canadá legalizó la producción, la comercialización y el consumo de marihuana. Fue un hito. Hasta entonces, tan sólo un estado soberano, Uruguay, había hecho lo propio. La decisión fue recibida con entusiasmo por los principales actores de la industria. El cannabis ha atraído a numerosos inversores por su potencial de crecimiento, y Canadá, con su flamante nueva regulación, ofrecía un campo fértil para experimentar con sus productos.
Hasta que se toparon con la ley, la misma que les permite operar en todo el país.
Restricciones. Lo cuenta Vice en este reportaje. Muchos productores lamentan las excesivas regulaciones comerciales incluidas en la Cannabis Act del año pasado. Al contrario que las compañías estadounidenses que operan allí donde la marihuana ya está legalizada, como California o Colorado, sus pares canadienses encuentran severas limitaciones a la hora de publicitar sus productos. La ley impide asociarlos a emociones y es muy estricta en su rol dentro del espacio público.
Por qué. Canadá ilustra las paradojas que afronta la industria del cannabis. Es probable que más países se lancen a su legalización, al tiempo que imponen más trabas a la publicidad y al consumo de sustancias nocivas. Su ley, entre otras cosas, impide publicitar la marihuana que se asocie «o evoque una emoción negativa o positiva», o que inspire «un modo de vida que incluya glamour, diversión, excitación, vitalidad» o «riesgo». Es decir, las marcas deben promocionarse de forma aséptica.
Mientras tanto. ¿Qué sucede en Estados Unidos? Todo lo contrario. Compañías como Caliva ya se han puesto en las manos de Jay-Z para comercializar su producto. Las marcas pueden asociarse a figuras famosas y admiradas para diferenciarse de la competencia, penetrando en un mercado aún virgen. Son malas noticias para las empresas canadienses, que hasta ahora habían caminado un paso por delante: el mercado estadounidense es potencialmente más grande (emplea ya a 200.000trabajadores).
Números. Es una cuestión de escala. Sólo California tiene 39 millones de habitantes, dos más que Canadá. Se estima que el volumen total de dinero movido por la industria del cannabis en EEUU es ya de $50.000 millones al año, con $10.000 en ventas directas. Canadá no llegaría a semejante cifra hasta dentro de dos años. Y todo ello mientras la marihuana no está legalizada en la totalidad del país (pese a que el cáñamo sí, y pese a que el Congreso ya debate regularla).
La circunstancia provoca la preocupación de los productores canadienses, que temen quedarse en fuera de juego por culpa de la propia norma que les permite operar con arreglo a la ley.
Dilema. El ejemplo canadiense es útil para los estados europeos, donde el tabaco o el alcohol afrontan duras regulaciones en el espacio público y en materia publicitaria. Los países pueden verse tentados a legalizarla (miles de puestos de trabajo, una recaudación millonaria, exportaciones; en España el runrún es creciente), al mismo tiempo que la propia ley les pone límites a su crecimiento (prohibiendo su publicidad o impidiendo que se comercialicen de formas agresivas y atractivas).
Se trata de un equilibrio entre un mercado millonario y los riesgos para la salud pública que implica (pese a que el cannabis sea una de las sustancias más blandas).